Pincelada rosa, entre vistas

viernes, 11 de septiembre de 2009

El silencio de la reina


La mano de la enamorada del viento
acaricia la cara del ausente.
Alejandra Pizarnik

La reina blanca se perfuma y se embellece para el encuentro con el orador de las olas.
En su silencio, se escuchan los amores que la embriagan.
—Bendita sea la poesía que permite que me digas lo que yo quiero oír. Hoy mis oídos excitados se perderán con las imágenes que broten de tu lengua.
La espera la golpea  y le oprime el juicio.
—¿Tantos rostros para qué sí no veo el tuyo?
  Se contagia de tristezas ruidosas que estremecen la garganta. Callada, esconde los gritos y lamentos de una procesión de hambrientos sin mañana. 
—Toda calma se trastorna con la impaciencia de no verte.
En la abertura, cien pasajeros se acercan y se alejan, el navegante no cruza la entrada.
 ¡No estás!
Toda calma se evapora de sus ojos con la amargura de la ausencia.
—Si tu voz llegara se llenarían mis oídos de música, mi boca de esperanzas, mis manos de curiosidades táctiles, mis ojos de dulzura. Si escucharás lo que te dicen mis ojos.
La ausencia dolorosa, hace que la reina alucine.
—Quisiera preguntarle al mudo por ti pero su respuesta no la entendería. Quisiera girar la manecilla del reloj pero mis dedos torpes y frágiles  no lo arreglarían. ¡Qué ausencia tan dolorosa! Tu rostro que todo lo conforta me hace falta en esta casa de papel.
Muñeco de voz y sueños, la has dejado en medio de la risa sorda de marionetas desconocidas sin nombres y sin rostros.
—¿Dónde está la luz que te acompaña en esta mañana fría sin mí?
La reina blanca busca sus formas conocidas, pero la forma amada no está y no llegará. 
—El ambiente enrarecido con tu ausencia hace que mis sentidos se agudicen. ¡Sólo escucho tu voz!  Al menor ruido me proyecto tratando de encontrar los sonidos de tu boca. Mi olfato busca en el aire tu olor y mi lengua se llena de tus sabores, mi piel te extraña y te reclama y ahora sé que no llegarás. Yo te esperaría hasta la aurora de la muerte más lejana. Me embriagaría con tu rostro eternamente.
Su cabeza en tictac continuo la pone en descortesía con un buen libro. Toda sombra que se  acerca, la altera y la llena de vértigos viscerales.
— Tu ausencia me recuerda que nada me pertenece.
Se llena la boca con el nombre esperado para aliviar lentamente su tristeza.
—Sí tan solo llegaras, confirmarías tus sospechas, verías mis ojos enamorados, perdidos y sumergidos en la miel de tu nombre. ¡Si escucharás lo que te dicen mis ojos!       
 La reina contempla los cientos de hombres que la acompañan y se inclinan en el recinto, con tristeza descubre que no tienen ojos ni olor.
Se marcha la reina con la cara del ausente, con los ecos de las palabras que un día sonaron en sus oídos atrofiados. 
—Quizá jamás me habló.


Beatriz Giovanna Ramírez