Pincelada rosa, entre vistas

jueves, 6 de agosto de 2009

Sólo vino a llevarse mi túnica



Amanecía y adormilado escuché como alguien se quejaba en la calle. Me asomé receloso a la ventana. Las pandillas de la Perseverancia son bravísimas, era un verdadero riesgo que lo pillaran a uno espiando sus fechorías. Pude ver a una mujer joven gritando desesperada, era raro, estaba sola, nadie se veía por ahí. Así que salí a mirar que le ocurría, pensaba en la posibilidad de que estuviese herida, de raro nada tenia. Cuando abrí la puerta algo en mi desistió pero al escuchar sus lamentos, corrí en el acto a su encuentro.
La mujer estaba semidesnuda, sus senos rebozaban por entre su camisa, su pantalón era una triza, su cabello un solo enredo; sin embargo no tenía cara de callejera, no en su rostro, este me reflejaba un ángel extraviado.
—¿Qué te pasa?— pregunté asustado y prevenido
—Ayúdame— dijo suplicante
—Sigue...
Abrí la verja y seguimos al apartamento. Su rostro cambio, sus labios formaron una luna creciente, y sus ojos dos puntos luminosos me recorrían acechándome. El miedo y el desconcierto se apoderaron de mí.
—¿Te sucedió algo? ¿Te hicieron daño?
— No—respondió con la misma sonrisa...
— ¿Y por qué estás así?
No lo sé...
—Tome colóquese esta bata. Está desnuda— y dicho esto comenzó a desnudarse. Sólo sentí como gustosa observaba mi excitación. El pantalón me delataba y yo hecho mierda no sabia qué hacer, todo mi cuerpo sudaba, temblaba, esa mujer extraña era un manjar delicioso que me apetecía.
— ¿Qué haces? ¡Vístete!
— ¿No te gusto?— me preguntó insinuadora
¡Dios! ¡era hermosa! despeinada y todo pero hermosa. El voto de castidad y pobreza eran muy claros. ¿Yo no podía comerme a esa mujer tan rica —pensaba— pero ¿cómo perder esa oportunidad?
— ¡Vete! ¡Largo de mi casa!— le grité confundido
Ella a pesar de mis gritos, se acostó en mi cama, abriéndose de piernas y enseñándome su entrada.
¡Qué paraíso! Me repugnaba pero me gustaba. Todos mis sentidos me mandaban a responder como un macho. Estaba perdido en mi lujuria. Sus senos eran... redondos y grandes, su cintura, sus caderas formadas y su sexo...
No sé como lo hice me abalancé como un toro y comencé a copular. Ella era fogosa incansable una tigresa salvaje gritaba y se contoneaba exquisita, y yo perdido en sus encantos continuaba fornicando. Duramos horas orgasmo tras orgasmo, todo era luz y sexo.
El sol cayó sobre nuestros cuerpos y agotado por el ajetreo, quise dormir en su regazo. Cuando desperté ya no estaba, recorrí todo el apartamento todo se encontraba en su lugar. Tomé una ducha para despertar de ese sortilegio que envolvía mi cuerpo y mis sentidos. Los días transcurrieron largos y su recuerdo me persiguió como la tierra al sol. Por primera vez mi corazón y sexo se fundían para amar. ¿Pero los votos?... Abrí el cajón del armario donde guardo mis vestiduras, descubrí que faltaba la fúnebre y en lugar de ella estaban sus bragas. Las he tomado y he besado como loco, quizás con mi túnica cubriría su cuerpo. He llorado, he reído y en mis ratos libres busco su rostro por doquier, sólo en lo más secreto de mí mismo hablo con esa inmensa urbe que me oculta dónde esta y paradójicamente me une a ella con su soledad.

Beatriz Giovanna Ramírez