Pincelada rosa, entre vistas

viernes, 22 de noviembre de 2013

Las gafas violetas de la Diosa

Serie: 25N. Las Presentes 02/38
Fotografía de Manuel Antonio Velandia Mora
Concentración contra la violencia de Género, Alicante


 A Angie Simonis

Angie, tu nombre lo pronunciaré como quién invoca a la Diosa.
Ésta mañana, la muerte llegó y desordenó mi escritorio, perdí varios versos entre lágrimas.
Nadie me enseñó a reponerme de la muerte, nadie me enseñó a perdonar los engaños de la vida.
En el tiempo descendiste al abismo y ascendiste iracunda pero llena de amor.
Yo vi en tus ojos la verdad de la noche, la sabiduría del mar ardiendo, a la heroína que insiste en visibilizar a las mujeres, a la niña de la bandera del arco iris que levanta la voz ante la desigualdad, el horror y la injusticia. Tú me enseñaste a cambiar el color de la mirada, tenías los ojos abiertos, Amazona libre, desde entonces, llevo puestas unas gafas violetas. Así conocí la grandeza de las flores, las aristas de la historia: Rompen, abren, cierran, desgarran, cosen, tejen, entretejen los espacios... Aquí, los ojos están muy ciegos. En el exilio, en el centavo, en la sangre, en el peso, en la cicatriz, en la peseta, en el ébano, en el céntimo, en la pobreza, en el euro, en los murmullos... En la carretera, sí, en la indiferencia, en las bragas desgarradas de una pobre muchacha, en la rima, en el patriarcado, en los hospitales, en la cruz, en el martirio, en la lactancia, en lo etéreo, en los ecos, en los llantos prolongados, en las horas, en la heroína, en el perdón, en el hierro, en la calle, en los tejados, en las lesbianas, en los camiones, en los homosexuales, en los cementerios, en los cadáveres, en la política, en los pansexuales, en los ambulatorios, en las ciudades, en las mujeres, en las noches sin luna y sin estrellas, con tanta luz extraña, me instalé, poco a poco, en la habitación de Virginia Woolf, para echarme a llorar.
Todo lo que ahora me mueve es un inmenso grito que no alcanza la luz de tu aurora.
Lejos, se diría, estás tan cerca que puedo leerte.
Visitamos en tu máquina del tiempo a todas las mujeres, escuchamos sus cadenas, nos sumergimos en sus luchas desatadas (algunas ganadas). Y era un misterio la fuerza de tu voz, la madera de tus sueños que destruían imposibles. Me siento en llanto, amiga, suena de fondo la música de otoño, no sé, que sopla tu nombre conjurando las hojas. Suspira el dolor en mi pecho, gira y hace piruetas en un tiempo que se detiene y avanza. Todo era verdad, hay que seguir andando, querida madre, amada hermana, ferviente amiga.

Beatriz Giovanna Ramírez

21 de Noviembre de 2013

viernes, 15 de noviembre de 2013

LAS LETRAS EN EL TIEMPO

Una foto de Josep Brangulí 

Cuando cambian las letras de lugar,
el cuerpo se tiende en el césped de la melancolía.
Toda forma que exponen los cielos,
la recoge el ojo y la transforma
en un caballito blanco
que galopa en la Memoria.
El oído escucha la voz cansada
de una vieja máquina de coser,
en la que una madre
dejó la espalda y los ojos.
Cuando cambian las letras de sitio,
no queda más remedio que ver en el reflejo
del espejo la suerte de los agujeros negros.
La soledad de los días reconoce a la niña
que cuenta las ovejas blancas berreando en el cielo;
sin importar que el tiempo
le soltara las trenzas y aquellas cintas
de colores que colgaban del vestido;
porque el tiempo dejó las letras en el lugar que él quiso.

Beatriz Giovanna Ramírez
'Antes de entrar en el bosque', Editorial Quadrivium, 2012



miércoles, 16 de octubre de 2013

SESENTA LATIDOS


Ya no habló más de suicidio.
Las horas abofetearon su rostro,
descubrió que el minuto
–este minuto en el que se respira-;
tiene sesenta latidos
en los que sonríen todos los niños.

Beatriz Giovanna Ramírez 

"Antes de entrar en el bosque", 2012, 
Editorial Quadrivium

miércoles, 17 de abril de 2013

La voz del campo, poema de Beatriz Giovanna Ramírez


Dejamos que los perros ladraran 
seguimos con nuestra mirada
el atardecer de invierno.
Sentados en el mismo banco,
vimos las copas de los árboles
y escuchamos rugir el viento.
Somos dos en el campo,
dos que se visten con humo
y yerba del suelo.
Dos que han caminado por España
y han contado los garbanzos.
Dos que se acarician en las lunas
y en los montes callados donde pace el ganado.
Dejamos que los perros ladraran 
para escuchar mejor, ambos, la voz del campo.


Beatriz Giovanna Ramírez 

En el libro "Antes de entrar en el bosque" Editorial Quadrivium